(Artículo aparecido en El Mirador el 21 de este mes de Septiembre y realizado por Pascual Gómez, miembro del Grupo La Sierpe y el Laúd)
El grupo literario ‘La Sierpe y el Laúd’, entre otras labores literarias tiene la de informar de la existencia y obras de otros autores que, vinculados con Cieza, forman parte de la historia cultural de esta vieja ciudad. Lo hicimos hace unos meses con Sor Isabel María de Santa Ana Llamas y hoy lo hacemos con Tirso Camacho.
La escasez
de estudios biográficos sobre personajes locales difumina las figuras
secundarias y solo deja iluminados en primer plano a los principales
protagonistas. El pasado 24 de agosto se cumplieron 76 años de la muerte del
poeta ciezano Tirso Camacho Martínez-Carrasco (1870-1937). Un hombre de vida
sencilla, dedicada a los libros, a la abogacía y a ser fiel a unas ideas y,
consecuentemente, a actuar siempre conforme a ellas.
Conecté con
su vida y obra en primer lugar leyendo en 1998 una reseña aparecida en el libro
La prensa periódica en Cieza (1870-1970),
de Manuel de la Rosa González.
Desde entonces me llamó la atención la trayectoria de este jurista ciezano con
alma de escritor. Años después, exactamente en 2005, la revista Andelma publicaba un trabajo sobre su
figura firmado por su nieto Manuel Enrique Gutiérrez Camacho.
Aunque nace
circunstancialmente en Albacete, el poeta cuenta tres años de edad cuando
regresa con su familia a Cieza. En la lectura de los grandes clásicos españoles
descubre una incipiente vocación literaria. A los 20 años concluye sus estudios
de Derecho en Madrid y publica sus primeros poemarios. Asiduo colaborador de la
prensa local, no solo se contentaba con ser un notable jurista.
El que
fuera miembro de la Real Academia
Sevillana de Buenas Letras empezó a publicar muy joven y, tras una ajetreada
vida que le llevó a fijar su residencia en Vigan (Filipinas), Madrid, Murcia,
Jaén y otras ciudades españolas, murió en la capital hispalense, en donde se
afincó veinticinco años antes. La pasión entre Tirso Camacho y la abogacía
quedó plasmada en Esbozos forenses, una
serie de sus mejores defensas jurídicas practicadas como abogado penalista en
la colonia española.
Su fama
empezó pronto y su obra poética atrajo y sedujo a críticos como Raúl de Castro,
quien llegó a afirmar que “fue el bardo que canta la naturaleza, amores,
sueños, ideales nobilísimos, poesía del alma y del corazón, pero sin que en
ella se advirtiera, como en la de Ramón de Campoamor (1817-1901) y Heinrich
Heine (1797-1856), la amargura filosófica de la vida”.
La poesía
empieza a oírse con fuerza en títulos como El
genio, Luciérnagas y sensitiva, Canto al progreso, Amor, Redención, Al pasar, A
la patria, Alma del mundo, Al sol de Andalucía, A mi madre o Glorias de España. En 1908 compila sus
poemas más premiados y los publica bajo el título Auras de arriba. Otra espléndida selección de poemas constituyó el
voluminoso libro titulado El poema de
Sevilla editado en 1921.
Su obra
está muy influida por los avatares de su tiempo, siempre comprometido con las
injusticias y la situación del país tras el desastre de 1898. Lo más curioso es
que sus versos eran una reacción contra esa amargura trágica que, durante ese
periodo, se adueñó de toda una generación. El hombre y su realidad en el mundo,
la capacidad regeneradora del tiempo y el idealismo melancólico conforman la
trinidad poética de Camacho.
El autor
del poema A Federico Balart no quiso
seguir el sendero encendido del bardo sino explorar con minuciosa atención el
oscuro lirismo de su tiempo. Siempre guardó profundo cariño y gratitud a Cieza,
“egregia matrona que te levantas de tu
Atalaya erguida sobre las plantas, como oriental sultana que se alza apuesta
bajo su altiva mole, gentil e inhiesta; salud, pueblo del alma, mansión
querida”.
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