11.25.2015

FERNANDO MARTÍN INIESTA, EL ÚLTIMO AUTOR QUE USÓ EL TEATRO PARA AGITAR CONCIENCIAS


Artículo publicado en El Mirador, en Octubre, y realizado por Pascual Gómez Yuste, miembro del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd
Desde La Sierpe y el Laúd, sirvan estas palabras de Pascual Gómez como homenaje a un gran escritor en el X Aniversario de su muerte.

Una de las funciones más nobles del periodismo es la de luchar contra el olvido. ¿Cuándo se muere de verdad una persona? Cuando se la entierra en el olvido. Cuando ya no se la recuerda. El dramaturgo, poeta, ensayista y escritor Fernando Martín Iniesta (Cieza, 1933-2005) era un ser humano excepcional, irrepetible, un genio tocado por la gracia de las musas. Y alguien así no debería morirse nunca. De él puede efectivamente decirse que el teatro era su vida.

A los diez años de su muerte, Martín Iniesta sigue siendo un personaje de perfiles difusos para muchos ciezanos, habiéndose centrado el interés por su figura en la condición excepcional de dramaturgo, sin duda el mayor autor teatral de la escena murciana y uno de los más grandes de la española en general del siglo XX. Varias veces finalista para el Premio Lope de Vega y tantas otras para el Calderón de la Barca, recibió, entre otros muchos galardones, el Premio Tirso de Molina por su pieza teatral ‘Final del horizonte’ (1961) y el Plaza Mayor por el drama en un acto ‘La tierra prometida’ (1983). 

Conocí al autor de la obra ‘El parque se cierra a las ocho’ hace mucho tiempo, cuando él todavía ofrecía conferencias y yo trabajaba en Radio Cieza Emisora Municipal, en un acto organizado por la Asociación Pueblo y Arte. Hará cosa de once años, en el aula de Cajamurcia, me habló de su trayectoria profesional. “¿En qué consiste tu libertad como autor?, le pregunté. “En decirle a la gente lo que no quiere oír”, respondió, “aunque el teatro no cambia la vida, sí puede cambiar la conciencia de ciertos hombres. Por medio de él es como mejor se puede reflejar la denuncia a la injusticia social”.

Quise saber más. “¿El buen teatro debe ser comprometido?”, le repliqué. “Hay una cosa que está perfectamente clara y es que si el teatro, tal y como yo lo veo, es un ‘no’ y es una rebeldía, el compromiso es algo que ya viene implícito. A mi juicio, un autor comprometido es el que cree en la eficacia de la palabra. Si ésta es eficaz se está creando un problema moral y el teatro es un acto moral porque refleja al hombre y sus conflictos. Además hay algo muy importante y es que el teatro es un hecho social, y esto se está perdiendo”. Lo que le interesaba a este ciezano de personalidad tan fuerte era dejar clara su actitud ante la vida.

Continué ojeando ese ‘libro abierto’ que era Martín Iniesta, consiente en todo momento de que no es posible el verdadero crecimiento profesional y humano sin un contacto fecundo con aquellas personas que están en la edad de la sabiduría. “¿Por qué está tan presente la conciencia social en tus textos?”, le pregunté. “Es algo que siempre tuve muy claro desde el principio. Es que, por ejemplo, unas doscientas familias poseen como cuatro veces el capital social del resto del mundo. ¿Es misión del dramaturgo denunciar estas cosas? Es misión del hombre”, contestó. El mensaje era el mismo que llevaba repitiendo en toda su trayectoria profesional.

Era puro sentido común y de ese sentido está llena su obra poética y, sobre todo, lo están sus textos teatrales muy influidos por los avatares de la época. Allí está toda la poética de un hombre libre que quiso mostrar un espíritu rebelde e independiente. Fue un poeta de lo imposible, quizá como todos los poetas. También fue crítico, quizá como todos los poetas sociales. Y sigue siendo destello, faro de minorías porque nos hace ver lo que los demás no vemos. No cabe duda de que su incondicional compromiso social llegó hasta que punto más esperanzador que cabía esperar. En suma, si un poeta es un agitador de conciencias, Fernando lo fue con pasión y acierto.

Nunca podremos agradecer lo suficiente la trayectoria literaria del autor de ‘Alborada’ (1946), ‘Hombre de pueblo’ (1947), ‘El creador de dioses’ (1949) y ‘Sonetos de la isla’ (1951), obras que no figuran en el Olimpo de la altísima poesía, pero que dejan ver su compromiso humano y social. Martín Iniesta interrumpió su producción poética a los 18 años. Pero no toda interrupción se debe a una falta de perfección. Para un creador, la obra podrá ser esquemática, truncada, modesta, pero nunca insuficiente. En conjunto, su obra poética, con algunos poemas bellos pero lastrados por sus circunstancias, crea un universo cuya unidad nace de su capacidad reflexiva sobre la existencia.

En todos sus poemarios se anticipa el núcleo temático de su trabajo teatral. Si ponemos en relación su obra poética y teatral, concluiremos que el proceso estructural y temático de ambos géneros es el mismo, que el hilo ideológico y la motivación social común que les une es manifiesta y clara. 

“Soy un poeta. Y después pongo la poesía en el drama. La pongo en relatos, y la pongo en las obras teatrales. La poesía es la poesía, tiene por qué ser llamada poema, ya sabe”. Son palabras del célebre dramaturgo estadounidense Tennesse Willliams que están en consonancia con este ciezano que fue nombrado a título póstumo Hijo Predilecto de la ciudad el 29 de abril de 2008.