(Artículo aparecido en El Mirador el 7 de Julio y redactado por Juan José Avellán,
Técnico publicitario, Directivo de la ONCE y amigo del Grupo de Literatura La
Sierpe y el Laúd desde muchos años)
El
día 1 del mes de Junio tuvo lugar la celebración del Día de las Fuerzas Armadas
y poco después, se dio esa coincidencia, releí por segunda o tercera vez "Adiós, Cordera", de Leopoldo Alas
"Clarín", uno de los mejores cuentos de la Literatura Española
según muchos. El trío protagonista, -Rosa, Pinín y la Cordera- es tan
entrañable que atrapa la atención desde el principio hasta el final.
Sin descalificar a las Fuerzas Armadas,
aunque a veces lleven a cabo actuaciones injustas, el releído cuento me hace
inevitable la siguiente pregunta: ¿Son moralmente lícitas las guerras? Veamos,
por ejemplo, las carlistas, de una de las cuales no volvió Pinín.
En 1713 aprobaron la Ley Sálica , que impedía
reinar a las mujeres. En 1789 fue anulada por las Cortes, pero continuó vigente
porque no publicaron el correspondiente documento. En 1830, embarazada ya la Reina María Cristina,
Fernando VII lo publicó eliminando así tal ley, no con el justo propósito de
rechazar discriminaciones por razón de sexo, sino para evitar que ocupara el
trono su hermano el Infante Carlos María Isidro en el caso de que llegara una
hembra, lo cual sucedió con el nacimiento de la que después sería Isabel II. En
1832, aprovechando una enfermedad del Rey, el ministro Calomarde la puso de
nuevo en vigor, suprimiéndola posteriormente de manera definitiva el también
ministro Cea Bermúdez.
Al morir en 1833 Fernando VII, le sucedió su
hija Isabel II, con apenas tres años de edad, bajo la regencia de su madre, la
reina María Cristina. El Infante Carlos María no lo aceptó y empezaron las
guerras carlistas, que durante catorce años, entre 1833 y 1876,
ensangrentaron España. ¿Qué pintaba en
esas guerras el Pinín del cuento?
Ni la Reina Isabel II ni el
Infante Don Carlos dispararon tiros en las trincheras. Pero miles y miles de
jóvenes españoles murieron por culpa de la sobrina y el tío y de sus
descendientes, y de los poderosos grupos que por intereses políticos y
económicos respaldaron aquellas luchas fratricidas. Sin olvidar a la indefensa
población civil víctima de las atrocidades de los dos bandos.
Hasta profanaron el nombre de Dios
("Por Dios, por la Patria
y El Rey"), como lo harían después ("Por Dios y por España"),
como aún siguen haciendo (dijo Bush que "Dios no es neutral"),
invocándolo para justificar guerras criminales en las que nada pintan los
Pinines de los cuentos.
No sólo procedían nuestros males del
interior del país, sino también del exterior, como ahora, ya que la Historia por desgracia
siempre se repite. Joan Garcés lo refleja claramente en un párrafo de su libro
"Soberanos e intervenidos": "...la pugna entre las potencias de
Occidente (Francia e Inglaterra) y Oriente (germanos y rusos) en los años 30
del siglo XIX, sobre las personas a poner al frente de España, de su política
interna y comercial, se continuaba dilucidando teniendo enzarzados a los
españoles en guerras civiles. Los occidentales promocionaban a los isabelinos,
los orientales a los carlistas". Y en todo eso, ¿qué pintaba el Pinín del
cuento?
Aun admitiendo que algunas guerras pudieran
ser justas, ¿nos deben llevar obligados a las que no lo sean? ¿Ustedes qué
opinan?
Hay, entre otros, tres libros fundamentales
que debiéramos leer todos los que odiamos las guerras: "Risa roja" de
Leonidas Andreiev (1904), "Imán" de Ramón J. Sender (1930), y
"Sin novedad en el frente" de Erich María Remarque (1929).
Termino con lo que dice Pablo Baeumer,
protagonista del último de los citados libros, en el capítulo 10:
"Soy joven; tengo 20 años, pero sólo conozco
de la vida la desesperación, la muerte, el miedo, un enlace de la más estúpida
superficialidad con un abismo de dolores. Veo que azuzan pueblos contra
pueblos, que éstos se matan en silencio, ignorantes, neciamente, sumisos,
inocentes... Veo que las mentes más ilustres del orbe inventan armas y frases,
para que todo esto se refine y dure más. Y conmigo ven esto todos los hombres
de mi edad, aquí y allá, en todo el mundo; conmigo vive esto mismo toda mi
generación.
¿Qué harán nuestros padres cuando
algún día nos alcemos, nos irgamos ante ellos y les pidamos cuentas? ¿Qué
esperarán de nosotros cuando vengan los tiempos en que haya terminado la
guerra?
Durante años enteros era nuestro
oficio matar; era nuestra primera misión en la vida. Nuestro saber acerca de la
vida se reducía a esto: la muerte. ¿Qué puede hacerse después? ¿Qué puede
hacerse ya con nosotros?"
Y que no nos vengan con la monserga de
Vegecio: “Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum”. Claro que deseamos la
paz, pero sin guerras preventivas a lo Bush.
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