La Literatura en general y la Poesía en particular parecen estar ocupando un lugar un tanto lejano de la sociedad actual. Esa distancia se acentúa si nos centramos en el núcleo juvenil, en el que particularmente yo me encuentro. Por fortuna, aún hoy siguen existiendo grupos humanos en los que se sigue cultivando amor hacia la palabra, personas que siguen creando versos e historias que, aún gozando el riesgo casi seguro de ser leídos, apreciados y disfrutados por una minoría, los invitan a nacer con el fin de crear mundos mágicos, escenarios sorprendentes y geniales historias que pueblen nuestra imaginación cotidiana, como es el Grupo de Literatura al que pertenezco desde hace unos meses, La Sierpe y el Laúd.
No pretendo en modo alguno parecer dogmático ni marcar línea alguna para que sea seguida por nadie, al contrario, mantengo esa idea que bien se plasma en nuestro refranero popular con eso de “Para gustos, los colores”. No todo el humano que respire tiene por qué profesar una profunda relación de apego hacia la Literatura, ni mucho menos con la creación literaria. Sólo intento explicar a aquellos que no lo hacen el porqué de nuestra afición que ya deja de ser un mero pasatiempo para convertirse en aquello que otros llaman pasión, amor, cariño…
En mi caso, aún recuerdo mis primeros versos. Nacieron en el patio del colegio donde he crecido, no se ya ni con qué intención. Seis versos sencillos que alababan las virtudes de una bella receptora (supongo que incluso imaginada). Aquellos versos de rima fácil crearon en mi pequeño corazón una sensación hasta entonces desconocida: La de haber creado algo bello, o al menos así me lo parecía a mí. Es difícil explicarlo pero debe ser una sensación parecida a la que tiene un pintor al dar el último trazo a su obra y desde una distancia segura, comprobar la belleza que derrama cada uno de esos brochazos. Aquella emoción se apagó tras aquel instante y ya creí que nunca más sabría de ella, al menos eso pensaba.
Pero una vez que los brazos de la Literatura se han asido a tu espalda y han coronado con amor tu cabeza, y sobre todo ese órgano rojo y palpitante que nos regala la virtud de la vida, es difícil, por no decir imposible alejarse de ella. Para los que nos apasiona ese encuentro con la escritura, escribir se torna entonces en una necesidad de la que nos servimos para expresar aquello que nuestro yo interno esconde pero que, en nuestros versos nace explícito, convertido en bellas imágenes y metáforas. Conseguimos poner voz a aquello que, en la cotidianidad de los días, solemos callar.
Y creedme, que uno de los momentos más mágicos e íntimos que alguien puede llegar a tener es aquel en el que uno compone texto literario, en mi caso, Poesía. En este instante místico (sí, místico), el ser humano-creador se desnuda al completo delante del papel en blanco, intervalo en el que el creador se siente pequeño ante la grandiosidad de las palabras y, si hay suerte y las musas llegan cargadas de regalos en forma de palabras precisas, llegar a poseer la fortuna de crear algo bello nacido de la propia experiencia, y entonces es uno de los momentos más maravillosos del día.
Por lo tanto dejar que os invite a acercaros a la librería más cercana y coger un libro, y con su única compañía, alejaros a algún lugar regalado por la naturaleza o a sentaros en vuestro rincón favorito de la casa, con una buena taza de té, café o una copa. Mirad el libro, disfrutar de su tapa, de ese olor a nuevo que desprende cada una de sus hojas y, tras un largo suspiro, iniciar un viaje extraordinario a través de sus palabras, quizás el destino haya puesto ante vosotros algo tan mágico que os haga ver cualquier ambiente cotidiano con nuevos ojos, o a emocionaros con los versos de un poeta.
Yo aún sigo buscando ese lugar inconcreto donde acaba la playa para dejar paso al inicio del mar.
¡Suerte en el viaje infinito!
No pretendo en modo alguno parecer dogmático ni marcar línea alguna para que sea seguida por nadie, al contrario, mantengo esa idea que bien se plasma en nuestro refranero popular con eso de “Para gustos, los colores”. No todo el humano que respire tiene por qué profesar una profunda relación de apego hacia la Literatura, ni mucho menos con la creación literaria. Sólo intento explicar a aquellos que no lo hacen el porqué de nuestra afición que ya deja de ser un mero pasatiempo para convertirse en aquello que otros llaman pasión, amor, cariño…
En mi caso, aún recuerdo mis primeros versos. Nacieron en el patio del colegio donde he crecido, no se ya ni con qué intención. Seis versos sencillos que alababan las virtudes de una bella receptora (supongo que incluso imaginada). Aquellos versos de rima fácil crearon en mi pequeño corazón una sensación hasta entonces desconocida: La de haber creado algo bello, o al menos así me lo parecía a mí. Es difícil explicarlo pero debe ser una sensación parecida a la que tiene un pintor al dar el último trazo a su obra y desde una distancia segura, comprobar la belleza que derrama cada uno de esos brochazos. Aquella emoción se apagó tras aquel instante y ya creí que nunca más sabría de ella, al menos eso pensaba.
Pero una vez que los brazos de la Literatura se han asido a tu espalda y han coronado con amor tu cabeza, y sobre todo ese órgano rojo y palpitante que nos regala la virtud de la vida, es difícil, por no decir imposible alejarse de ella. Para los que nos apasiona ese encuentro con la escritura, escribir se torna entonces en una necesidad de la que nos servimos para expresar aquello que nuestro yo interno esconde pero que, en nuestros versos nace explícito, convertido en bellas imágenes y metáforas. Conseguimos poner voz a aquello que, en la cotidianidad de los días, solemos callar.
Y creedme, que uno de los momentos más mágicos e íntimos que alguien puede llegar a tener es aquel en el que uno compone texto literario, en mi caso, Poesía. En este instante místico (sí, místico), el ser humano-creador se desnuda al completo delante del papel en blanco, intervalo en el que el creador se siente pequeño ante la grandiosidad de las palabras y, si hay suerte y las musas llegan cargadas de regalos en forma de palabras precisas, llegar a poseer la fortuna de crear algo bello nacido de la propia experiencia, y entonces es uno de los momentos más maravillosos del día.
Por lo tanto dejar que os invite a acercaros a la librería más cercana y coger un libro, y con su única compañía, alejaros a algún lugar regalado por la naturaleza o a sentaros en vuestro rincón favorito de la casa, con una buena taza de té, café o una copa. Mirad el libro, disfrutar de su tapa, de ese olor a nuevo que desprende cada una de sus hojas y, tras un largo suspiro, iniciar un viaje extraordinario a través de sus palabras, quizás el destino haya puesto ante vosotros algo tan mágico que os haga ver cualquier ambiente cotidiano con nuevos ojos, o a emocionaros con los versos de un poeta.
Yo aún sigo buscando ese lugar inconcreto donde acaba la playa para dejar paso al inicio del mar.
¡Suerte en el viaje infinito!
3 comentarios:
Es cierto. Una vez que se toma contacto con la literatura, con cualquier género literario, ya no se puede dar marcha atrás.
La creación, la narración que encierra belleza, misterio, enseñanza de valores...El encuentro sonoro de ilusión y magia por medio de palabras exactas y escogidas...
Todo esa mundo es algo maravilloso.
Muy buen artículo.
Saludos, Carmen Sabater.
Muchas gracias Carmen.
La literatura, ese gran universo paralelo lleno de belleza y magia...
Un abrazo desde los sueños.
Dn.
Tenemos suerte, nosotros los ligados a la literatura, de que podamos ir a más mundos que ha este que a veces se torna demasiado imposible para nuestros débiles ojos. Tenemos suerte de poder volar hacia palabras que jamás pensamos que podían hacernos elevar.
Pero sobre todo, nosotros, tenemos suerte de poder ser creadores de universos, de pequeños retales de vida.
Porque no hace falta que sean magníficos, solo se necesita que sean nuestros y que desde nuestro yo sean creados para poder liberal aquello que tenemos escondido.
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