9.13.2010

LA SIERPE Y EL LAÚD (Y EL ÁNGEL)

-Francisco Pino y Ángel Almela, en la Presentación del Nº 0 de la Sierpe y el Laúd, 1981-
Artículo de Francisco Pino, miembro fundador de La Sierpe y el Laúd
Nos empezamos reuniendo en el primer piso de un local municipal... En la planta baja estuvo algunas décadas atrás la centralita de teléfonos, donde la interfaz de la Anica, con su hábil juego de clavijas y memoria numérica, daba cancha a la verbosidad de los vecinos por los tubos de baquelita. Anica, ponme con don José el médico, que tengo mala la madre... Anica, que soy la Jose, que quiero hablar con mi cuñá y no me acuerdo del número... Anica, que me pongas con el ayuntamiento...
Cada época trae su afán y treinta años después (hace ya de eso treinta años), en el piso de arriba, en aquella misma esquina frente a La horchatería, donde hoy está la rampa de la nueva Biblioteca Municipal, nos juntábamos algunos para hablar de literatura. Y nos juntábamos quizá sobre todo -y, por qué no decirlo, tal vez con la insufrible vanidad de los pocos años- para enseñarnos recíprocamente, acaso con un temblor divino, los relatos y poemas que cometíamos en brutales encuentros con las musas.
Emergíamos de la Constitución de 1979, soplaban vientos de libertad, la literatura entonces estaba todavía (¿pero no lo estará siempre de algún modo?) indisolublemente unida a la política; todavía la poesía era un arma cargada de futuro.. Y de pasado, claro (quien más quien menos se sabía el romance a la guardia civil, de Federico). Algunos años atrás habíamos descubierto a Miguel Hernández; hacía algún tiempo, en el Instituto y sin permiso de la autoridad, representamos “Oriolano”, una creación dramática de Diego Montesinos sobre la vida del poeta. De allí nació un incipiente grupo artístico-poético (Manifiesto incluido, qué cosas) en torno a la librería Dadá, en la Avda. de Italia. Una librería a la que se entraba estrechando una mano escultórica que hacía de picaporte. Además de los estantes con libros, en su breve espacio, había una mesa camilla, un flexo, el libro abierto y un cenicero donde reposaba un cigarrillo... , con la particularidad de que aquella mesa lectora estaba en el techo, boca abajo... De allí, vino El Caimán. Y luego La Sierpe...
Los que hicimos la lumbre en torno a La Sierpe y el Laúd habíamos tenido algunas epifanías comunes: Miguel Hernández, cómo no García Márquez, César Vallejo... Luego se incorporó Aurelio Guirao al grupo, con otra formación lectora y otras inquietudes.
Desde el primer momento el Grupo de Literatura tuvo un capitán competente (¡Oh, capitán, mi capitán!, que dijo Whitman), Ángel Almela. Él bregaba con la imprenta, procuraba subvenciones, organizaba actividades... apaciguaba algunas ínfulas, literarias o políticas. Aunque la verdad es que éstas -extrañamente- se han dado muy poco, o nada, para ser un colectivo dedicado a la creación literaria.
Nos constituíamos en un pequeño comité de lectura, que habría de aprobar lo que se publicara. No teníamos pues ningún empacho en someter a democrático consenso los trabajos de otra gente que ya entonces nos sacaba algunos cuerpos, caso de Maria Pilar López o el dramaturgo Fernando Martín Iniesta. Así que no es de extrañar que con este último, por ejemplo, diéramos en hueso. Nos entregó un trabajo que le pedimos, pero al enterarse de que su publicación estaría pendiente del visto bueno de la Asamblea de Grupo, lo retiró indignado, con esa magnífica soberbia creativa que le caracterizaba: a él no iba a juzgarle un grupo de niñatos. Y claro, tenía razón... Ya en sus últimos años, Ángel Almela me pidió que intentara convencerle para publicar, siquiera una vez en su vida, con La Sierpe; pero cada vez que lo intenté (cuidándome de que siempre hubiera por medio unas habas frescas, un vaso de vino y un par de morcillas) no había tutía... de La Sierpe y el Laúd (y un cuarto de siglo después) no se podía hablar con él. Así que para hacerle justicia, La Sierpe hubo de esperar a hacérsela post mortem, publicando en 2008 algunos de sus poemas en el libro “El Tiempo no tiene corazón”.
Lo cierto es que en las publicaciones de este Grupo de Literatura han convivido durante ya muchos años, en pié de igualdad y amistad, sin el menor divismo de nadie, magníficos escritores y poetas al lado de humildes amantes del verbo y la palabra escrita. Ese quizá ha sido uno de sus grandes logros. Dionisia García, García Jiménez, Aurelio o Savater tendrían la misma atención que una niña de siete años que, en una publicación infantil -de las primeras que abordó el Grupo-, intentaba su primer poema: Tres amores tengo en mi hogar o casa/ mi padre, mi madre/ y mi nene que me encanta.
Ese es también el mérito de La Sierpe, inseminar el virus de la literatura, del amor al pensamiento sensible y a la palabra escrita, a las nuevas generaciones de ciezanos. Ojalá que el esfuerzo y la ilusión de treinta años no caigan nunca en saco roto y La Sierpe siga mudando su piel y renaciendo en el Laúd por mucho tiempo. Como lo hace ahora con esos dos primeros números, ¡espléndidos!, de su nueva colección poética, ACANTO.
Pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que esta pervivencia en el tiempo, esta continua superación en la calidad y profundidad de sus publicaciones, no hubiera sido nunca posible sin ese luminoso poeta, sin ese Ángel tutelar, de apellido Almela. Él es, a través del tiempo, el portador de la llama. Los sierperos de antes, los de hoy y seguro que los de mañana, tendríamos que ascenderle solemnemente en nuestra consideración, gratitud y cariño.
Arcángel estaría bien. Arcángel Almela.

3 comentarios:

Rosa Campos Gómez dijo...

Una buena síntesis la de Francisco Pino sobre el camino andado de La Sierpe y sobre quienes lo han hecho y lo hacen posible.
Ángel, y sin duda que ya desde esa juventud reflejada en la foto, sabe volar en el espacio que su nombre requiere y a la vez pisar tierra: como un árbol, como un ave, como un hombre al que le sienta bien llamarse así.

Joaquín Gómez Carrillo dijo...

No. No pudimos representar la obra de teatro "Oriolano", después de hincharnos a ensayarla, eso sí, en el salón de sctos del instituto, y de haberla pasado por la Censura. Pues el Jefe Local de Movimiento, que a la sazón era XXX, dijo que era imposible recitar el hermoso poema del "Esposo Soldado" (incluido en la obra), ya que no se podía decir: "Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado..."

Anónimo dijo...

La foto publicada, esquirla de la memoria del tiempo (¡si pudiéramos volver atrás, esquivando el empujón brutal de la vida!), nos impacta directamente en el corazón. Por un momento, los herrumbrosos recuerdos que dormitaban en el desván de la memoria se desprenden del polvo del largo camino de treinta años y relucen de nuevo ante nosotros, como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si volviera -mito del eterno retorno- todo de nuevo, otra vez: dos jóvenes, amigos y talentosos, compartiendo otra vez las lecturas de antaño, las ilusiones creativas, la juventud. En este tiempo ingrato, desconocemos el auténtico valor de las personas, pero son ellas las que han hecho posible, a todos los que han tenido la suerte de conocerles, personalmente o través de sus obras, el milagro cotidiano de que seamos un poco mejores.